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El lugar sin límites


Empiezo esta bitácora con una nota al vuelo sobre El lugar sin límites, novela publicada por José Donoso en 1966 y adaptada al cine bajo la dirección de Arturo Ripstein en 1978.
La novela ocurre en El Olivo, pueblo cercano a Talca (Chile), al que el tren de la modernidad le pasó cerca, y que entró en decadencia antes de haber alcanzado ningún momento de gloria. Con pocos personajes: la Manuela, que regenta con la Japonesita el prostíbulo del pueblo, y alrededor de cuyo drama gira la novela; la Japonesita, que heredó de su madre el prostíbulo y una visión pragmática de la vida, pero que a diferencia de ella no es puta sino casi asexuada; Don Alejo, una especie de Pedro Páramo chileno, en un espacio semirrural y cuyo poder está en proceso de reacomodo; Pancho, hijo de un antiguo sirviente de Don Alejo, camionero y buscapleitos, que se la tiene jurada a la Manuela. La novela plantea los problemas centrales de la literatura regionalista desde una marginalidad extrema: en lugar de oponer la urbe al campo, se sitúa en la periferia de la urbe, entre los excluidos de la modernidad, todo gira alrededor de un prostíbulo y de un homosexual que, sin embargo, es padre. Un desafío absoluto a la norma totalizadora y heteronormativa que en esos mismo años imponía el boom, al cual Donoso perteneció, al menos de modo tangencial. El lenguaje es el otro protagonista, el habla chilena, el paso de los diálogos a los monólogos, la representación extrema de algunos personajes, las descripciones son fascinantes y horrorosas. Es una novela impresionante.


La película, en cambió, no me gustó. Aunque inicialmente iba a ser dirigida por Luis Buñuel, este renunció al encargo y lo asumió Arturo Ripstein, que había visto el manuscrito de la mano del propio Donoso, con quien pasaba tardes enteras en casa de Carlos Fuentes en el DF. El guión se modificó colectivamente, aunque Manuel Puig tuvo gran responsabilidad (lo que se nota en la construcción de algunos personajes, sobre todo la Manuela y algunas escenas, principalmente la inclusión de la canción del beso). Se rodó en apenas cinco semanas, sin grandes recursos económicos, con imposiciones en el cásting y un largo etcétera que terminó por crear una de las películas más pobres de la cinematografía de Ripstein. La primera media hora está llena de diálogos que no permiten que la película avance, los personajes no están bien encarnados, y la historia no se sostiene por sí sola (si uno no conoce el libro hay demasiadas partes de la película que pierden sentido). Sin embargo, ya se nota la fascinación por la sexualidad y lo grotesco del cine de Ripstein, y el uso de algunos de sus fetiches, como el color rojo, que son lo mejor de la película.

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