Como parte de su trilogía Alarma, el cineasta mexicano de origen vasco Felipe Cazals dirigió en 1976, Las poquianchis. En esa década, Cazals era uno de los directores favoritos (el otro era Arturo Ripstein) para las subvenciones estatales de filmación y, en consecuencia, fue uno de los directores más prolíficos y mejor recibidos de la década, aunque, a diferencia de Ripstein, su prestigio declinó en los años siguientes. Alarma, por otro lado, era (y es) el periódico amarillista y alarmista por excelencia en su país, que en la década de los setenta publicó con gran éxito algunos casos dramáticos y escandalosos, tres de los cuales: Canoa (1975), El apando (1975) y Las poquianchis (1976), fueron llevados al cine por Cazals.
El caso de Las poquianchis explotó en la década del sesenta y remeció el morbo de la opinión pública por mucho tiempo: en un burdel clausurado se hallan decenas de cadáveres de mujeres enterradas de cualquier manera. El burdel pertenece a tres hermanas, que mantienen una red de prostitución que involucra, al parecer, a miles de personas. Se las enjuicia con gran escándalo y el caso (hermanas proxenetas, prostitutas víctimas y victimarias, autoridades cómplices, entierros clandestinos, etc.), mantiene vivos el morbo y la imaginación por décadas. Todavía hoy hay un link al caso en la web del diario Alarma.
En su película, Cazals retoma el caso y lo organiza superponiendo dos tiempos: el del juicio, en el que el espectador puede ver las diferentes versiones de la historia, las acusaciones y la defensa; y el de la vida en los burdeles, donde Cazals nos cuenta "su" versión de la historia, que coincide fundamentalmente con las acusaciones vertidas en el caso y con las conclusiones de los jueces. Así, la película asume la perspectiva de los acusadores y fuerza al espectador a creer en la veracidad de las acusaciones. De hecho, lo que en el caso fueron acusaciones en la película se convierten en hechos. Además, Cazals añade una historia lateral, la de Rosario, campesino que vende a sus hijas de niñas sin saber que éstas terminarán formando parte de la red de prostitución, y que pasa muchos años luchando por su derecho a la propiedad de ciertas tierras en el campo, sin éxito. Estas historias están contrapuestas a través del color: la de Rosario, esa antigua y conocida historia del problema agrario, se representa en blanco y negro; la de las poquianchis, drama de la corrupción y podredumbre actual de la sociedad mexicana se cuenta a colores.
Por contarnos el caso, la película pierde de vista la profundidad de los personajes. No se nos brinda ningún elemento que ayude a entender la violencia de los personajes. Ésta se muestra cruda e irracional, y el espectador debe recurrir a las explicaciones de siempre (explotación, maldad, corrupción, etc.) para otorgarle sentido a la historia. Así, uno sólo puede simpatizar con las prostitutas (pobres víctimas del sistema), Rosario (campesino explotado, a quien el film nunca cuestiona el hecho de vender a las hijas), o el juez que busca justicia aunque debe obedecer órdenes que vienen del otro lado de un teléfono misterioso. Pese a la escasa profundidad de la historia y a la lentitud y poca sorpresa de la película, las actuaciones son convincentes, la calidad fílmica es enorme y su crudeza alcanza a afectar.
Para los que -como yo- no son conocedores del cine mexicano, fue una sorpresa agradable, que invita a ver más películas de Cazals. Y si alguien está interesado en ver la película, está disponible en línea.
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