En el folclor japonés, Onibaba es una vieja-demonio que vive en el campo, lleva el pelo desarreglado y tiene la boca grande y ataca a la gente, a la que se come. Basándose en esta tradición y mezclándola con una parábola budista sobre una mujer celosa de las virtudes de su nuera, que se pone una máscara para asustarla hasta que en castigo Buda hace que la máscara se quede para siempre pegada a su cuerpo, el director Kaneto Shindo creó Onibaba (1964), una película perturbadora y estupenda.
El escenario de Onibaba es minimalista al extremo: dos cabañas, una cueva y un camino de follaje que va del río hasta un profundo hoyo lleno de cadáveres, tres protagonistas y una máscara. La historia mezcla casi modificar el mito de Onibaba y el de la suegra con la máscara, ambos familiares para el público japonés, y sólo añade un elemento, que se convierte en determinante en el film: el contexto de la guerra.
La guerra entre dos facciones está destruyendo Japón, y en el campo, a orillas del río, viven solas una mujer vieja y su nuera, esperando a que los hombres vuelvan de pelear. No hay vecinos ni cultivos ni nada. Apenas uno que otro combatiente pasa por allí en probable huída de la guerra, para ser asesinado por la suegra y la nuera, quienes luego van a una cueva a vender la ropa y espadas a un contrabandista. Pero un guerrero vuelve y, en ese escenario alejado y primario, en el que sólo la supervivencia cuenta, los protagonistas desarrollan una historia de sexo, barbarie e instintos primarios. Algunas escenas son altamente perturbadoras, y a la vez, la imaginería japonesa, la delicada fotografía y el tratamiento de lo instintivo tanto acerca del sexo como de la muerte hacen de esta una película especial, buenísima. Es la primera de Kaneto Shindo que he visto en mi vida, pero no será la última. Acá el trailer:
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